lunes, marzo 18, 2013

Sin importar las diferencias...

En la penumbra, en la casi obscuridad interrumpida por las luces de la calle que se filtran entre las grietas de ese cuarto donde no entra el tiempo...esta ahí, la noto, noto más bien su aliento cálido en mi oreja, despertándome al ritmo de su respiración entrecortada. Ella duerme plácidamente como se duerme después de que los cuerpos encuentran el descanso de la urgencia perpetua del sexo incomprendido. Sueña, sueña con la luna, con los amantes que se encuentran y se acarician con la mirada entre silencios y sombras, sueña con los espejos que momentos antes reflejaban su figura, su sonrisa trémula, cansada, sus ganas de vivir y morir en un solo acto, sueña con lo imposible, con las aguas cálidas que surcan su cuerpo lleno de ríos y lagunas insondables, sueña con el páramo y la ciénaga en que se ha convertido su corazón, con tardes de atardeceres color violeta mientras el aire le despeina las ideas y le quita el polvo y el maldito moho a los momentos importantes de la vida. Sueña con el amor...pero yo a su lado, estoy despierto y pienso en la rapidez con la que pasa el amor una vez que ha sido resuelto.

Tomo su mano y mientras está dormida, le hablo de los mundos que no le podré construir, le hablo de la pasión eterna que con seguridad va a extinguirse, que por el momento, ya está extinguida; susurro en su oreja las frases que quiere escuchar, toco su vientre ligeramente lánguido por el paso aún insuficiente de los años, beso sus párpados cerrados, su cuello tibio, relajado, con el pulso de la carótida notándose en las sombras proyectadas sobre su piel marmórea.

Despierta mientras la observo detenidamente, sonríe tímidamente pero también me observa con descaro, su índice y su pulgar me cierran los ojos, siguen las líneas de mi rostro y se detienen en la comisura de mis labios, atrapo uno de ellos, un índice con sabor indeterminado, con un sabor a ternura, con un sabor a todas las mujeres del mundo, a todas las dudas del mundo, a todas las ganas del mundo...en ese justo momento me permito dejar de querer entenderla para permitirme entender lo que quiere en ese justo momento.

Relajo mi rostro y me permito sonreírle de vuelta, porque en este justo momento, los dos tenemos lo que deseamos sin importar las diferencias.